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Salgamos del Cenáculo – Exhortación pastoral

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Mis queridos amigos en Cristo:

A principios de este año compartí con ustedes una exhortación que espero haya animado a todos los integrantes de nuestra familia diocesana a utilizar sabiamente el tiempo que tuvimos durante la pandemia para nuestro crecimiento personal y espiritual. Cada uno de nosotros fue invitado a rezar, a reflexionar y a profundizar en su relación personal con el Señor Jesús, tanto para obtener la fuerza espiritual que necesitábamos para afrontar los desafíos de la pandemia, como para prepararnos para el momento en que pudiéramos salir a la misión a un mundo muy diferente del que conocíamos antes de ser afectados por la pandemia. Creo que el mundo cambiante nos brinda la oportunidad de reintroducir la verdad, belleza y bondad de la fe católica en nuestro mundo contemporáneo.

Entramos en nuestro Cenáculo personal imitando el ejemplo de los Apóstoles que un día se reunieron en el Cenáculo para celebrar la Última Cena. En la noche anterior a su muerte, el Señor quiso fortalecerlos antes de su Misterio Pascual: su entrega gratuita para la salvación del mundo. Volvieron al Cenáculo luego de la resurrección del Señor, llenos de dudas y temores persistentes, con la esperanza de poder confiar en la promesa que el Señor les había hecho. Fue también en el Cenáculo donde recibieron la efusión del Espíritu Santo, que vino con los siete dones de la vida divina de Dios y los transformó en testigos valientes de la muerte y resurrección del Señor. Los Apóstoles salieron de aquel Cenáculo con una pasión ardiente por predicar el kerigma, es decir, el mensaje de salvación que nos llega a través de Jesucristo, a todos los que estuvieran dispuestos a escuchar. Salieron a establecer y alimentar comunidades de fieles y a buscar y acompañar a aquellos que buscaban el verdadero sentido y propósito de la vida. Los Apóstoles sabían, al igual que nosotros, que la búsqueda del sentido y la finalidad de la vida humana se encuentra en Cristo Jesús, el Señor.

Mis queridos amigos, reconozco que la pandemia actualmente en curso, con sus giros inesperados, sigue afectando y poniendo en peligro nuestras vidas de muchas maneras. Tenemos que permanecer vigilantes, prudentes y seguros en todo lo que hacemos para poder proteger todas las vidas humanas, especialmente las más vulnerables entre nosotros, contra el flagelo del coronavirus. Sin embargo, también creo que la misión de renovar nuestra Iglesia no puede esperar hasta que la pandemia haya terminado por completo, ya que esto puede tomar muchos años en realizarse. Con valentía, prudencia y seguridad, podemos empezar en los próximos nueve meses a dar nuestros primeros pasos para reincorporar a la gente que nos rodea en la misión del Evangelio. La urgencia de este trabajo nos hace actuar.

Confiando en la intercesión de los Apóstoles, los invito, a dejar la comodidad de su Cenáculo espiritual, aunque sea en cosas pequeñas, y a salir a la misión. Porque mientras las circunstancias que rodean a la pandemia sigan cambiando, nuestra misión en el mundo puede comenzar con prudencia y sin peligro, tratando de llevar un mensaje de sanación y esperanza a nuestro prójimo, amigos y personas de buena voluntad, muchos de los cuales están cansados de lo que hemos soportado estos últimos 21 meses. Muchos buscan sanación y ánimo en sus vidas cotidianas y pueden encontrar una vida nueva en Jesucristo.

I. La era apostólica

Aunque ninguna época es idéntica a las anteriores, creo que nuestro mundo contemporáneo comparte algunas características similares al mundo en el que vivían los Apóstoles. Será útil que reflexionemos sobre estas similitudes, para que podamos aprender e imitar el ejemplo que nos dieron los Apóstoles. Porque no podemos olvidar que la época más explosiva de crecimiento en la historia de la Iglesia fue durante los tres primeros siglos de la vida de la Iglesia. Fue una época en la que abrazar la fe cristiana era un crimen y a menudo la pena que se imponía era la muerte. Si los Apóstoles y los discípulos pudieron superar tales dificultades en servicio del Evangelio, podemos tener la esperanza de que nuestros esfuerzos también pueden dar grandes frutos espirituales.

Hay tres características de la era apostólica que hacen eco en nuestro mundo contemporáneo y secularizado. En primer lugar, la sociedad romana carecía de una visión coherente de la vida o de un conjunto universal de valores. El resultado fue la competencia de valores y la confusión y disensión generalizadas. Los filósofos a menudo hablaban de la verdad de manera contradictoria, lo que tenía poco efecto en la vida cotidiana de muchas personas. La pregunta sobre el sentido de la vida era algo que muchos no se permitían el lujo de plantear, dado el trabajo y sufrimiento que soportaban simplemente para sobrevivir. Además, la cultura en general estaba marcada por la falta de respeto y protección de la vida humana, especialmente de la vida no nata y vulnerable, una sexualidad hedonista y una glorificación de la riqueza, el poder y estatus social. Este mundo, con sus sistemas de valores defectuosos, fue el mundo en el que los Apóstoles predicaron y llevaron a muchos a la fe cristiana. Lo hicieron predicando el mensaje de salvación en Jesucristo, de manera clara, eficaz y sin concesiones.

Una segunda característica del mundo apostólico es la que ha marcado todas las épocas de la humanidad: el deseo de una comunidad humana auténtica. Parte del éxito del crecimiento del Imperio romano fue la decisión militar de permitir que los países conquistados mantuvieran sus propias culturas y lenguas. Esta permisividad no se extendía a ninguna religión que desafiara el culto al emperador o la adoración de dioses paganos. Sin embargo, lo que realmente crea una comunidad auténtica es el amor genuino, la amistad y el respeto mutuo que a menudo faltaban en muchas comunidades del mundo romano, muchas veces agotadas por la guerra, los impuestos y el trabajo forzado. Fue en este mundo donde los Apóstoles salieron a establecer pequeñas comunidades cristianas que acompañaron a sus integrantes en momentos de dolor, sufrimiento, alegría y triunfo. Aunque estas primeras comunidades no estuvieron exentas de dificultades, los Apóstoles y sus sucesores siempre llamaron a los primeros cristianos al perdón, la unidad y la misericordia. Estas primeras comunidades cristianas fueron las que consolaron a los primeros mártires cristianos en su camino a la muerte con la certeza de que sus seres queridos serían protegidos por su familia eclesial.

Finalmente, los Apóstoles salieron a un mundo que dejó atrás a muchos de sus habitantes. Era una sociedad que atendía a las necesidades de los ricos, poderosos e influyentes. Muchos de los que tenían preguntas o se oponían al orden de la sociedad eran ignorados o tratados con desatención despiadada. Entre los que más sufrían estaban las viudas, los huérfanos, los pobres y los que se convertían en refugiados debido a las campañas militares romanas. Se vieron obligados a refugiarse en las sombras de la sociedad, esperando contra toda esperanza que su presencia no invitara a la persecución activa o incluso algo peor. Envalentonados por el poder del Espíritu Santo, los Apóstoles se dirigieron a estas personas, invitándolas a formar parte de una comunidad que no se limitaría a tolerarlas, sino que las amaría y aceptaría. Recordamos la valentía de san Pablo en el Areópago, que predicaba el mensaje de salvación en Cristo escuchando las inquietudes de sus oyentes y tratando de responder a sus preguntas con honestidad y respeto (Hechos de los Apóstoles 17: 16-34). Los Apóstoles fueron donde otros temían ir, encontrando a todos los que estaban olvidados por la sociedad o luchaban contra sus propias preguntas, dudas y miedos personales. Fue de entre estas personas donde surgió la generación siguiente de intrépidos testigos de la fe cristiana, ante el asombro del mundo secular que los rodeaba.

Amigos míos, los paralelismos entre la época apostólica y la nuestra son claros. Nosotros también vivimos en una época en la que la verdad no se conoce, la comunidad humana no se encuentra fácilmente y el número de los que el mundo considera “marginados” es cada vez mayor. Al dar nuestros primeros pasos en nuestro mundo afectado por la pandemia, nos convendría seguir el ejemplo de los Apóstoles y confiar en que nuestro trabajo dé grandes frutos espirituales como lo hicieron los suyos.

II. Salir del Cenáculo: Nuestra misión triple

Los invito a reflexionar sobre tres tareas. Se trata de (1) enseñar y predicar el Evangelio con claridad y convicción, (2) transformar nuestras comunidades parroquiales o escolares locales en familias espirituales unidas en la fe y (3) crear puentes hacia aquellas personas que se sienten abandonadas por la Iglesia o que el mundo considera “marginadas”. Aunque ninguno de nosotros puede realizar eficazmente las tres tareas de manera simultánea, cada uno debe discernir su parte personal en esta misión triple. Porque nuestro mundo necesita la presencia sanadora de Cristo, hoy más que nunca.

A. Primera tarea: Enseñar y predicar el Evangelio

En nuestro mundo relativista, que ha aceptado la noción de que la persona humana es la única medida de toda verdad, moralidad y bondad, la fe cristiana tiene un punto de partida diferente. Entendemos la verdad como una realidad objetiva que toda persona puede descubrir tanto por el uso de la razón humana (la ley natural) como a través de un acto de fe (la revelación divina). La razón y la fe se complementan en la consecución de la plenitud de la verdad. Además, la verdad no es, en última instancia, algo sino “alguien” que tomó la forma humana y revela que la esencia de la vida humana es amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo tal como Dios lo ama. Al reconocer y abrazar la verdad revelada en Jesucristo, toda persona humana puede encontrar alegría, paz y propósito duraderos en la vida.

Al involucrarnos en la misión, comencemos por redoblar nuestros esfuerzos para enseñar la plenitud de la fe católica, primero entre nosotros y luego a quienes buscan una dirección nueva en la vida. Nuestro Instituto diocesano de Formación Católica ofrecerá una variedad de oportunidades de formación para que cada fiel pueda aprender la profundidad y belleza de la doctrina católica, la moral y las enseñanzas sociales de la Iglesia. Muchas de estas oportunidades ya existen y están listas para su uso. Ahora depende de nosotros tomar la decisión personal de aprovechar estas oportunidades para aprender más profundamente sobre la plenitud de nuestra fe católica.

Otra tarea que tenemos por delante es la necesidad de reinventar la formación en la fe de nuestros jóvenes en escuela media. Lamentablemente, muchos de nuestros jóvenes no se comprometen con la formación de la fe de manera consecuente. A menudo regresan para la preparación necesaria para recibir la Confirmación, que se convierte para algunos en la graduación de la práctica activa de su fe. Esta situación es inaceptable y exige un cambio radical para que podamos captar a nuestros jóvenes de manera personal e integral, mediante el estudio, la oración, el ocio, la vida social, el servicio y la participación en la Misa. Ya se ha comenzado a trabajar en la identificación de nuevos modelos que reinventen la formación de nuestros niños y adolescentes de la escuela media y espero compartir con ustedes los avances que haremos en este sentido en los próximos meses.

Otro aspecto de la enseñanza de la fe es la predicación efectiva del kerigma, es decir, del mensaje de salvación en Jesucristo. Dado que el deber formal de la predicación está reservado al clero en el contexto de la Divina Liturgia, en el nuevo año se proporcionará una serie de iniciativas para ayudar a los sacerdotes y diáconos a estudiar las Escrituras con mayor intensidad y a preparar sus homilías con la ayuda que puedan llegar a necesitar. Sin embargo, dado que la manera más eficaz de predicar no se hace con palabras, sino con nuestro testimonio cristiano diario, cada fiel debe examinar su conducta personal y tratar de vivir una vida de fe cada vez más auténtica. No es un error que una de las razones principales citadas por los jóvenes adultos para su desafiliación de la Iglesia Católica sea la hipocresía que ven entre los fieles, especialmente entre los líderes de la Iglesia, tanto clérigos como laicos. Si esto es cierto, entonces una manera fundamental para que todo fiel predique el Evangelio es mediante un testimonio auténtico de fe. Dar un testimonio personal tan auténtico exige de todos nosotros una conversión continua.

También debemos reconocer que hay preguntas fundamentales que a muchos les resultan difíciles de responder y crean obstáculos, especialmente entre nuestros jóvenes y adultos jóvenes, para abrazar la fe católica. Algunos ejemplos de estas preguntas son los siguientes: (1) ¿Cuál es la relación entre la fe y la razón? ¿La fe no es simplemente un mito respecto a algo para lo que la ciencia ofrecerá algún día una explicación? (2) ¿Qué significa ser una persona humana? ¿Mi cuerpo es una parte fundamental de lo que soy o simplemente un contenedor de mi espíritu humano? (3) ¿Cómo puede un acontecimiento histórico (es decir, la crucifixión) tener un significado eterno? A preguntas como éstas, el mundo moderno da respuestas erróneas, creando confusión y alejando a la gente de la fe. Ha llegado el momento de corregir los errores del mundo. Para ello, el Instituto de Formación Católica acogerá próximamente una serie de apologética diseñada específicamente para responder a estas preguntas de manera honesta e integral. Los invito a todos a participar en estas presentaciones, tanto en línea como de manera presencial, para que podamos dar respuestas creíbles a las preguntas con las que muchos siguen luchando.

B. Segunda tarea: Construir comunidades de fieles

Dado que nuestras parroquias son la base de nuestra Iglesia, he comenzado a trabajar con el presbiterio de nuestra diócesis para crear un proceso que fortalezca a las comunidades parroquiales para que disfruten del beneficio doble de una vitalidad pastoral y estabilidad financiera crecientes. Aunque alguna reestructuración parroquial pueda ser necesaria en los próximos años, mi deseo es que cada parroquia encuentre maneras concretas de colaborar con las parroquias vecinas para fortalecer su ministerio pastoral. En algunos casos, esta colaboración también brindará un alivio financiero para aquellas parroquias que no se han recuperado de las consecuencias de la pandemia. Este proceso también procurará superar cualquier tendencia a nivel local de buscar una autonomía malsana de la diócesis y sus parroquias vecinas. Porque si bien el espíritu parroquial puede fortalecer una comunidad local, no se puede absolutizar a tal punto que perdamos las oportunidades de colaborar con las parroquias vecinas en el ministerio y la administración. Asimismo, ninguna parroquia puede considerarse separada de la misión y la vida de nuestra “familia eclesial diocesana”, que está compuesta por nuestras familias parroquiales. Este proceso de discernimiento para la colaboración parroquial será un proceso que tomará varios años y comenzará en la primavera del 2022.

Además, si deseamos fortalecer nuestras comunidades de fieles, debemos comprometer nuestros corazones en la oración y el culto. Porque lo que crea una comunidad auténtica de fieles no es simplemente la aceptación de un conjunto de verdades de fe compartidas, proclamadas cada domingo en nuestro rezo común del Credo. Una parroquia es más que un conjunto de personas, sino una familia orgánica y diversa creada por la gracia, fundada en la verdad divina, unida en la adoración y misión comunes. Es un compromiso del corazón que crea un sentimiento de familia, pertenencia y un deseo de devolver a los que te rodean. Es este compromiso del corazón sobre el que los invito a reflexionar, ya que hay una función que desempeñar, a veces muy sencilla, para cada uno de nosotros en esta labor. Por ejemplo, no hace falta una capacitación especial para aprender los nombres de los que se sientan cerca de nosotros en la Misa y dirigirnos a ellos por su nombre cada domingo. Ofrecemos esa hospitalidad en nuestros hogares. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo en nuestras casas parroquiales? Esta hospitalidad puede llevar fácilmente a la amistad, al sentido de pertenencia y a tocar el corazón humano.

Comprometer el corazón también implica comprometer el poder de la belleza en la vida cristiana cotidiana. Por ejemplo, recuerdo que cuando era pequeño me fascinaba la belleza de los vitrales que distinguían a la iglesia parroquial de mi infancia. Recuerdo claramente la belleza del canto y de los himnos que se cantaban en la Misa, el olor a incienso y los susurros silenciosos de la gente durante la Misa. Todavía recuerdo las veces que visitaba la Iglesia con mis padres y maestros para asistir a las novenas, al Vía Crucis y a otros servicios de oración. Todas estas son experiencias de belleza que dejaron una huella grabada en mi corazón. Estos recuerdos sólo ilustran una parte pequeña del patrimonio de belleza que posee nuestra Iglesia. Ha llegado el momento de liberar el poder de la belleza para captar a los corazones humanos y crear un sentimiento de pertenencia que nos invada por dentro.

Con este fin, me complace anunciar la creación de la Cofradía del Sagrado Corazón, un instituto que proporcionará oportunidades a todos los habitantes de la diócesis para experimentar las facetas múltiples de la belleza de nuestra fe católica. Estas iniciativas incluirán la música y el canto sagrados, la historia y el significado de la arquitectura eclesiástica, la literatura y la poesía. La Cofradía reactivará nuestro coro diocesano de jóvenes, además de brindar capacitación coral a quienes deseen aprender a cantar. Ofrecerá oportunidades de peregrinación a personas de todas las edades, permitiéndoles viajar a lugares sagrados a poca distancia en coche de nuestra diócesis y por todo el mundo. Por último, una tarea central de la Cofradía será la promoción de la adoración eucarística como medio privilegiado por el que el corazón de los fieles pueda comprometerse directamente a nuestro Señor. En los próximos meses habrá más información disponible sobre el trabajo de la Cofradía.

El acto principal del culto católico es, ante todo, la celebración del Santo Sacrificio de la Misa. Cada comunidad de fieles, unida como parte del Cuerpo místico de Cristo, logra su íntegro propósito, identidad y misión cada vez que nos reunimos para adorar al Señor y participar por la gracia en su muerte y resurrección. Debemos esforzarnos por ofrecer la celebración de cada Misa y cada sacramento de manera que evoque un profundo sentido de reverencia, belleza y participación personal de todos los presentes. También ofreceremos nuevas maneras de estudiar la belleza rica de las Sagradas Escrituras, de crecer en la oración personal y de ofrecer oportunidades a todo aquel que desee sentarse ante el Señor en oración a fin de encontrarse con él en lo más profundo de nuestros corazones. Aunque nunca ha existido una época en la vida de la Iglesia en la que esto no haya sido una prioridad, ahora es de suma importancia si queremos transformar nuestras comunidades de fieles en hogares espirituales para todos.

A partir de estas comunidades renovadas, saldremos en la misión para invitar a los demás, una persona a la vez, a encontrar a nuestro Señor. Nuestro programa diocesano de embajadores, iniciado a principios de este año, ha graduado a más de 100 personas que están trabajando con sus párrocos para apoyar a los co-feligreses de la parroquia, invitar de nuevo a los que aún no han regresado al culto dominical y atraer a los católicos que han dejado de practicar su fe. Se unen al trabajo de nuestros delegados parroquiales del Sínodo, que están escuchando las historias de fe de las personas de nuestras comunidades, a fin de discernir los impulsos del Espíritu Santo con respecto a las maneras en que podemos vivir una fe cristiana auténtica en nuestro mundo complejo y confuso. Recen para que sus esfuerzos den grandes frutos espirituales. Una segunda promoción de embajadores comenzará a capacitarse en el año próximo.

Por último, las comunidades de fieles deben disfrutar de la labor de líderes competentes, formados y comprometidos, tanto clérigos como laicos, que se comprometan a servir a su pueblo con generosidad y fidelidad. El Instituto de Formación Católica ofrece cursos de formación en línea para ayudar a los líderes actuales, así como para capacitar a aquellos que deseen convertirse en líderes en sus comunidades parroquiales y escolares. Pido que todos los líderes aprovechen estas oportunidades de formación personal.

C. Tercera tarea: Construir “puentes de fe” y servir a los pobres

Durante la homilía de mi Misa de investidura en Santa Teresa de Trumbull, hice referencia a nuestra necesidad común de construir puentes entre nosotros y con nuestro prójimo, compañeros de trabajo y todas las personas de buena voluntad. En los ocho años transcurridos, he vuelto a menudo a esta imagen conmovedora en mi oración personal, en parte porque la necesidad de crear dichos puentes ha aumentado en urgencia. Porque así como los Apóstoles trataron de crear puentes con los que les rodeaban, también ha llegado el momento de que todos los discípulos del Señor hagan lo mismo.

En los próximos meses, se escucharán buenas noticias sobre las iniciativas diocesanas para servir a los jóvenes adultos, cuyo número está creciendo en nuestra diócesis. Pronto tendremos el lanzamiento formal de “The Bridge” (El puente), que será una serie de iniciativas destinadas a dar la bienvenida, comprometer y formar a los jóvenes adultos en la vida de la Iglesia. “The Bridge” (El puente) proporcionará a los jóvenes en edad universitaria y a los graduados oportunidades de tutoría con empresarias y empresarios católicos exitosos que les ayudarán al comenzar sus carreras profesionales. Estas relaciones de tutoría también proporcionarán las herramientas mediante las cuales los jóvenes adultos interesados puedan trabajar conmigo para abordar algunos de los problemas sociales locales que afectan a la gente en toda nuestra diócesis.

A fin de ayudar a los matrimonios y a las familias, la diócesis auspicia también un programa de formación de familias misioneras patrocinado por Paradisus Dei, un movimiento eclesial cuya sede se encuentra en Houston, Texas. Este programa de capacitación contará con sesiones semanales de capacitación en línea durante un año, a partir de agosto del 2022. Su propósito es fortalecer la vida espiritual y personal de las parejas, al mismo tiempo que darles las herramientas que necesitarán para ayudar a otras familias que buscan asistencia espiritual. Las parejas interesadas en esta oportunidad de formación deben ponerse en contacto directamente con mi oficina para mayor información.

También debemos seguir apoyando, fortaleciendo y ampliando la labor de las Caridades Católicas del condado de Fairfield, cuyos ministerios diversos ayudan a alimentar a los hambrientos y a albergar a las personas sin techo, ofrecer sanación a los que sufren en cuerpo y mente y asistir a los recién llegados entre nosotros. Además del trabajo actual que ya realiza Caridades Católicas, hay otras iniciativas que se están planeando para servir a nuestros ancianos, inmigrantes y jóvenes, que espero compartir con ustedes en los próximos meses.

Conclusión

Permítanme concluir ofreciendo una profunda palabra de agradecimiento a nuestros sacerdotes, diáconos y líderes laicos de la parroquia que han trabajado de manera incansable y por momentos heroica durante estos meses difíciles de la pandemia. Al recorrer la diócesis durante estos últimos 21 meses, he sido testigo directo del valor, la generosidad y la dedicación de muchos, por lo que estoy muy agradecido. Además, nuestros párrocos han demostrado ser verdaderos padres espirituales para su pueblo, estando a su lado en momentos de ansiedad, miedo e incluso aislamiento. Estoy profundamente agradecido por su generosidad y apoyo continuos a la vida y misión de la Iglesia en todos los niveles. Es una ayuda que se necesita hoy más que nunca.

Desde hace más de cincuenta años, el Magisterio de la Iglesia nos invita a comprometernos en la labor del discipulado misionero. Esta labor comienza con una vida de fe auténtica y personal, así como con la transformación de las comunidades de fieles locales en hogares vibrantes y espirituales para sus integrantes. Las tres tareas que he descrito en esta exhortación sientan las bases para el inicio de un discipulado misionero eficaz en toda nuestra diócesis. Lo que queda es nuestra decisión individual de preguntarle al Señor qué función desea que desempeñemos tú y yo en esta misión. Es una pregunta que cada uno de nosotros debe hacerse y responder por sí mismo.

En mis 34 años de ministerio sacerdotal y 15 años de ministerio episcopal nunca he tenido mayor sentido de esperanza para nuestra Iglesia que el que tengo ahora. Es una esperanza que confía en que el Señor cumplirá su promesa y nos capacitará para renovar su Iglesia, paso a paso.

Al celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, acudamos a la Virgen y pidámosle su intercesión y sus oraciones. Porque así como ella fue una fuente de consuelo y aliento profundos para los Apóstoles, nos ofrecerá la misma fuerza a nosotros, sus hijos.

Acompáñame a dar los primeros pasos fuera del Cenáculo y preparémonos para las maravillas que Dios puede hacer a través de ti y de mí.