Monthly Newspaper • DIOCESE OF BRIDGEPORT

‘Entremos en el Cenáculo con el Señor’

Click here for the English version of this article »

Mis queridos amigos en Cristo: durante el último año, hemos enfrentado un tiempo sin precedentes que ha cambiado dramáticamente cada aspecto de nuestras vidas, de maneras conocidas y desconocidas. Se puede decir que hemos vivido un tiempo de crepúsculo espiritual, cuando experimentamos un creciente sentido de la oscuridad, mezclado con momentos en que la luz de la caridad y la bondad penetraron para alentarnos.

¿Hay alguien entre nosotros que no haya luchado contra el miedo y la ansiedad, tratando de hacer frente a las incertidumbres causadas por una pandemia que trastornó nuestras vidas sin previo aviso? ¿Cuántos de los miembros de nuestra familia y amigos sufrieron profundamente por la pérdida de un trabajo, alguna enfermedad repentina, vivir en largos períodos de aislamiento o el miedo a lo desconocido? ¿A quién no se le han escapado algunas lágrimas al observar a los familiares que visitan a sus seres queridos en los hospitales, incapaces de estar con ellos en su momento de enfermedad? ¡Qué difícil fue pasar cumpleaños, aniversarios y vacaciones separados de los padres y abuelos, sin poder visitarlos para mantenerlos seguros! ¿Cuántos han soportado la tristeza y la decepción al tomar la dura decisión de permanecer en casa y no asistir a la Misa del domingo, no solo para evitar poner en riesgo su propia salud, sino para proteger el bienestar de sus seres queridos?

Sin embargo, a lo largo de estos días difíciles, también hemos experimentado momentos de gran alegría y luz. Nos ha conmovido el hecho de que niños pequeños escriban cartas a personas mayores para aliviarlos en días solitarios cuando el mundo entró en cuarentena. Las personas han salido a la calle y han ido de compras para los vecinos que no pueden salir de sus casas. Los médicos, las enfermeras y otros trabajadores de primera línea han sacrificado su propia salud y seguridad para atender a los enfermos, han renunciado a sus vacaciones y al cobro de horas extras para asegurarse de que los enfermos críticos no se queden solos. Las familias se han reunido virtualmente, y han hablado más durante la pandemia que quizás en otro momento, simplemente para saludarse y tener un breve contacto entre sí. De hecho, los medios virtuales de comunicación han acercado a muchas personas. Por último, ¿cómo podemos olvidar a los fieles hombres y mujeres, clérigos y laicos, que mantuvieron nuestras iglesias limpias cuando se reanudaron las Misas, que reimaginaron la formación de la fe para que nuestros jóvenes pudieran permanecer conectados y que trabajaron incansablemente para mantener abiertas nuestras escuelas católicas? Estos momentos de esperanza y luz nos han recordado que, incluso en los tiempos más oscuros, somos un pueblo de luz.  Por todos los que trajeron luz en medio de la oscuridad, doy gracias a Dios cada día por su presencia y generosidad.

Ahora que comenzamos a mirar más allá de la pandemia, muchos hablan de una “nueva normalidad”, se trata de una nueva forma de vida debido a lo que hemos experimentado juntos. Si esto es cierto, les pregunto, ¿no deberíamos sacar más luz de esta oscuridad dando forma a la “nueva normalidad” para que nuestra fe personal pueda ser fortalecida, la unidad de nuestra Iglesia profundizada y estemos dispuestos a salir en misión y presenciar el Evangelio de maneras nuevas y valientes? Como cristianos, creemos que el sufrimiento y la muerte conducen a una nueva vida. Utilicemos los próximos meses para trabajar juntos en la elaboración de un futuro que nos traiga mayor unidad y renovación a nosotros mismos, a nuestras familias y a nuestra Iglesia. A medida que anticipamos que las restricciones de la pandemia se relajarán lentamente en los próximos meses, empecemos con un período tranquilo de oración, estudio y renovación tanto personal como comunitaria. Por haber sido fortalecidos en mente y espíritu, estaremos listos más adelante este año para salir al mundo y dar testimonio de Cristo de maneras nuevas, audaces y creativas.

Vengo a ustedes ahora, queridos amigos, cuando quizás muchos se pregunten sobre la futura dirección de nuestra Iglesia, para invitarlos a iniciar este camino espiritual conmigo, buscando la gracia del Señor para transformar este tiempo de sufrimiento en un espíritu de renovación para la vida de la Iglesia.  Será un recorrido que nos llevará más allá la fatiga que se ha establecido durante semanas que se convirtieron en meses y como lo que esperábamos sería temporal comenzó a cambiar el mundo que nos rodea. Será un recorrido donde nos levantaremos de las tinieblas con el Señor Jesús a nuestro lado, y en obediencia a las mociones del Espíritu Santo que traerán nueva energía y compromiso a la predicación del Evangelio, en palabra y testimonio. Es un recorrido que durará toda la vida.

I. El Cenáculo

“Llegó el día de la fiesta de los Panes sin Levadura, en que se debía sacrificar el cordero de Pascua, Jesús, por su parte, envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: ‘Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la Cena de Pascua’. Le preguntaron: ‘¿Dónde quieres que la preparemos?’ Jesús les contestó: ‘Cuando entren en la ciudad, encontrarán a un hombre que lleva un jarro de agua. Síganlo hasta la casa donde entre y digan al dueño de la casa: El Maestro manda a decirte: ¿Dónde está la pieza en que comeré la Pascua con mis discípulos?’ Él les mostrará una sala grande y amueblada en el piso superior. Preparen allí lo necesario” (Lc. 22: 7-12).

Dado que cada recorrido exige preparación, nuestro camino de renovación comenzará aceptando la invitación del Señor a entrar en el silencio de nuestro corazón y a redescubrir su presencia y poder en nuestra vida personal, en nuestras familias y en nuestras comunidades de fe. La imagen que me viene a la mente es la del Cenáculo donde el Señor a menudo se reunió con sus apóstoles y discípulos, en tiempos de desafío o decisión, con el objeto de fortalecerlos para lo que se aproximaba.

Recordemos que fue en el Cenáculo que el Señor celebró la Última Cena con sus apóstoles, para alimentarlos en anticipación a los sufrimientos que soportarían proclamando su Pasión y Muerte. Fue en el Cenáculo donde los apóstoles, habiendo visto al Señor Resucitado, no pudieron vencer su miedo hasta que los siete dones del Espíritu Santo les dieron la fuerza y valentía para convertirse en misioneros intrépidos en un mundo duro y cruel. También fue en el Cenáculo donde los apóstoles aprendieron a discernir el plan del Espíritu para cada uno de ellos y a salir en misión.

Amigos míos, el Señor nos invita a ustedes y a mí al Cenáculo a recibir los mismos dones que dio a sus apóstoles y discípulos. En los próximos meses, en un silencio valiente y orante, el Señor nos alimentará, nos enseñará y nos preparará para salir en misión a nuestro mundo dividido para llevar la luz del amor de Cristo a todos los que nos encontremos.

Si aceptamos esta invitación para pasar tiempo en el Cenáculo con Él, nos ofrecerá los mismos dones espirituales que ya están dentro nuestro y que nos prepararán para la misión que tenemos por delante. Estos son los mismos dones que nuestro reciente Sínodo Diocesano destacó, incluyendo la necesidad de la oración personal diaria, para buscar el perdón de nuestros pecados y para recibir y adorar al Señor Eucarístico. Estos dones, que están en el corazón de nuestra fe católica, no son nuevos, sino que tomarán nuevo poder y propósito, ya que juntos celebramos su poder para sanarnos, alimentarnos y darnos fuerza. Esta carta explorará de qué manera estos dones pueden traernos renovación y prepararnos para la misión más grande que se acerca.

Mis amigos, el Sínodo fue guiado por estas palabras pronunciadas por el Señor: “Permanezcan en mí como yo en ustedes” (Jn. 15:4).  Que estas palabras resuenen en nuestras mentes y corazones durante este momento de preparación. Porque si queremos una verdadera renovación y estar listos para salir al mundo, nada puede ser logrado lejos del Señor y su gracia.

II. El Cenáculo: Un lugar para ser alimentados

“Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo” (Jn. 17:3).

En el Cenáculo la noche antes de morir, el Señor alimentó a sus apóstoles con su Palabra y también con sus Santísimos Cuerpo y Sangre. Teniendo en cuenta que el Señor no puede obligarnos a aceptar sus dones, estos mismos dones nos alimentarán a ustedes y a mí solo si estamos dispuestos a recibirlos.

  1. Oración personal

Podemos comenzar nuestros preparativos tomando una decisión consciente y diaria de pasar tiempo en oración con el Señor, sin “atajos” ni excusas. No debemos permitir que el miedo al silencio nos disuada de la oración. Más bien, si tenemos el valor de entrar en el silencio, el Señor susurrará suavemente la seguridad de su amor por nosotros. Él hablará a nuestros corazones y nos recordará que él está siempre con nosotros, en cada momento de cada día.

Podemos orar de cualquier manera que queramos, ya sea recitando el rosario, las oraciones de la novena, la Liturgia de las Horas o simplemente en una conversación no estructurada con el Señor. Podemos elegir el tiempo y el lugar más propicio para permitirnos dedicar nuestras mentes y corazones a entrar en la presencia del Señor. Sin embargo, nuestro compromiso de orar —no como un apéndice de una agenda apretada sino como una parte fundamental de nuestro día— es crucial para el trabajo que nos espera. Porque si queremos invitar a nuestros hijos, nietos, vecinos y amigos a compartir la alegría de la fe católica, ¿cómo podremos llevarlos a Cristo si no dedicamos tiempo al Señor cada día profundizando nuestra propia relación personal con él?

Les pido que consideren incluir la Palabra de Dios en cualquier oración que elijan. Al tomar nuestro lugar a los pies del Señor, como hicieron los apóstoles en el Cenáculo, nos alimentaremos escuchando su Palabra. A diferencia de los apóstoles que tuvieron el privilegio de escuchar las palabras del Señor con sus propios oídos, ustedes y yo podemos escucharlas en y a través de las Sagradas Escrituras. Durante nuestra oración y estudio, podemos escuchar las enseñanzas del Señor desde sus propios labios, aprender a seguir sus pasos e inspirarnos en los ejemplos de las santas mujeres y los santos hombres de fe que lo siguieron.

Orar con las Escrituras puede hacerse de muchas formas, incluyendo la Lectio Divina, o participar en compartir y estudiar las Escrituras, ya sea en línea o en persona. Invito a todos los líderes pastorales y diocesanos a que hagan todos lo posible para desbloquear la belleza, el significado y el poder de la Palabra de Dios. Porque la amonestación de san Jerónimo no debe olvidarse nunca: “El que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo” (Prólogo del Comentario sobre Isaías: 1, CCL 73, 1).

  1. Reconciliación con Cristo

En la tranquilidad del Cenáculo, también encontraremos la fuerza para buscar la palabra de perdón del Señor por los pecados que pueden acosarnos, a veces escondidos en lo profundo de nuestro corazón.

Porque vivimos en una época en la que el pecado se equipara con “cometer un error”, “hacer una mala elección” o “atender mis asuntos privados”.  El pecado se niega porque admitirlo puede significar “imponer culpa” que se percibe como perjudicial. Si la persona humana es considerada el parámetro de la verdad y la moralidad, ¿qué lugar tiene el pecado en esa vida? Sin embargo, en la tranquilidad del Cenáculo, lo absurdo de estas presunciones será puesto al descubierto. Porque fue en el Cenáculo donde el Señor echó a un lado su vestimenta exterior, ató una toalla alrededor de su cintura y procedió a lavar los pies de sus apóstoles, en anticipación de la Última Cena que se llevaría a cabo. Con esta tarea, generalmente reservada para que los esclavos desempeñaran, el Señor recordó a sus apóstoles su necesidad de ser limpiados, para recibir su Sangre y Cuerpo Sagrados y servir a otros dignamente.

Si entramos en el silencio de su presencia, el Señor suavemente sostendrá un espejo frente a nuestras almas para que podamos mirar nuestros pecados sin excusas ni pretensiones. En esos momentos, nos encontraremos con un Salvador que no busca condenarnos sino perdonar. Nos susurra las mismas palabras que le dijo a la mujer atrapada en adulterio: “¿Ninguno te ha condenado?… Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar” (Jn. 8:10–11). Nuestro Pastor gentil y misericordioso se ofrecerá a lavar nuestros pecados para que podamos recibir su Cuerpo y Sangre con corazones y mentes renovadas.

Antes de invitar a otros a experimentar la palabra liberadora del perdón de Dios, ¿no deberíamos tomar este tiempo privilegiado para volver a aprender a examinar nuestra conciencia, admitir nuestra condición pecadora y buscar el perdón de nuestros pecados a través del sacramento de la Penitencia?

Reconozco que la pandemia ha creado obstáculos para muchos que desean acercarse al sacramento de la Penitencia. Es por esta razón que pido que los Centros de Misericordia, que una vez establecidos en nuestra Diócesis durante el Jubileo Extraordinario de la Misericordia (2015), sean restablecidos en cada decanato. Estos Centros de Misericordia serán parroquias que ofrecerán el sacramento de la Penitencia por las tardes, con la ayuda de los sacerdotes de la zona, para que nadie necesite esperar más de dos días para recibir este sacramento de sanación. Estos Centros, junto con las parroquias que ya ofrecen el sacramento de la Penitencia en toda la Diócesis, observarán todos los protocolos necesarios para mantener la seguridad del penitente y del sacerdote por igual. Estos nuevos Centros de Misericordia comenzarán su trabajo a más tardar el 1 de marzo y se publicará una lista completa en cada plataforma virtual de la Diócesis.

El lunes 29 de marzo celebraremos nuestra observancia anual del Lunes de la Reconciliación. Como saben, durante este día se escucharán las confesiones en muchas parroquias de toda la Diócesis, tanto por la tarde como por la noche, para que todos los que deseen recibir el sacramento puedan hacerlo antes del Triduo Pascual. Les pido que consideren participar en esta oportunidad única de recibir el don del perdón que solo Cristo puede dar.

Amigos míos, el Señor desea liberarnos a cada uno de nosotros de la carga de nuestros pecados. ¿No deberíamos entonces utilizar este tiempo para soltar el equipaje de nuestros pecados y aceptar su libertad con alegría?

  1. La Sagrada Eucaristía

Finalmente, y lo más importante, fue en el Cenáculo que durante la Última Cena el Señor Jesús alimentó a sus apóstoles con su Santísimos Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. El Señor los alimentó con su Cuerpo y su Sangre para que pudieran anticipar a través de la gracia el misterio de su Pasión y Muerte, y fortalecerlos para los sufrimientos que se avecinan.

Amigos míos, cada vez que hemos venido a Misa, hemos tomado asiento en la mesa del Cenáculo, como los apóstoles, para ser alimentados con los Santísimos Cuerpo y Sangre de nuestro Salvador y Redentor. A través de la gracia, participamos de manera incruenta en el único sacrificio de la muerte del Señor en la Cruz. En la Misa entramos en el misterio de nuestra redención y salvación en Cristo. Es la comida celestial que nos da la fuerza para ir a la misión dondequiera que nos lleve.

Reconozco que, entre los muchos trastornos causados por la pandemia, ninguno ha representado mayor dificultad, tristeza y decepción que la incapacidad de muchos de venir a la Misa del domingo. Fue con gran tristeza que suspendí el culto dominical el año pasado, para asegurar que las vidas de nuestro pueblo, especialmente los enfermos y los ancianos, estuvieran protegidas de una amenaza desconocida e invisible. Desde que se ha reanudado el culto público, hemos mantenido nuestros protocolos de salud para permitir que aquellos que estén listos y puedan asistir a la Misa del domingo vengan a la iglesia con la mayor seguridad posible. Entiendo la carga que estas medidas pueden significar para muchos y aprecio profundamente su cooperación. Mientras escribo esta carta, más de 25,000 católicos han regresado a la Misa dominical, y esperamos el regreso de muchos más católicos a la misma a medida que las condiciones mejoren.

También deseo agradecer a aquellos individuos que han permanecido conectados con la celebración de la Misa, viéndola en línea debido a su incapacidad para regresar a la iglesia en el momento actual. La prudencia cristiana exige que cada persona examine cuidadosamente las circunstancias de su vida y tome decisiones que las mantengan seguras y protejan el bienestar de sus seres queridos. El Señor los alimenta con su gracia a través de la Comunión Espiritual que ahora reciben, hasta que llegue el día en que puedan volver a recibir sus Santísimos Cuerpo y Sangre sin miedo. Cuando llegue ese momento, su comunidad parroquial les dará la bienvenida a casa con los brazos abiertos.

Amigos míos, usemos también este tiempo tranquilo de preparación para pedir al Señor que despierte en nuestros corazones una pasión, respeto y reverencia por el Santísimo Sacramento. Nuestra reverencia se profundiza a medida que crece nuestra comprensión y apreciación del “Misterio de la fe” que es la Eucaristía. Lamentablemente, muchos católicos adultos no han tenido la oportunidad de explorar la profundidad, la amplitud y la riqueza de este misterio central de nuestra fe. Invito a nuestro clero y a los líderes pastorales a que ofrezcan una catequesis adulta sostenida y completa sobre el sacramento de la Eucaristía y el Santo Sacrificio de la Misa en los próximos meses para que pueda crecer nuestro amor y pasión por la Eucaristía. Los recursos diocesanos también serán publicados pronto, incluyendo una reflexión teológica detallada sobre el misterio de la Eucaristía, como combustible para despertar el fuego de nuestra fe eucarística. Utilicemos los meses que tenemos por delante para profundizar nuestro conocimiento y aprecio de un don divino tan grande.

También debemos reconocer los efectos espirituales debilitantes creados por la celebración de la Misa que carece de reverencia o belleza. Porque es el poder de la belleza el que compromete el corazón, permitiendo que la gracia de la Eucaristía mueva a sus participantes para recordar que su destino es el cielo y para abrazar su misión de predicar el Evangelio en el mundo. Una celebración hermosa y reverente de la Misa exige una disposición adecuada tanto por del celebrante como así también de los fieles laicos. No podemos permitir que las distracciones del mundo alejen nuestra atención del misterio que tenemos ante nosotros. Cada uno de nosotros debe volver a aprender el poder de la preparación antes de la Misa, el silencio interior y la acción de gracias al concluir la misma para que el don dado pueda dar su fruto apropiado.

También he pedido que cada decanato establezca al menos un Centro de Adoración: una parroquia local que ofrecerá adoración eucarística a lo largo del día, para que todos los que lo deseen puedan ser alimentados por el Señor Eucarístico de una manera personal y poderosa. Estos centros también le darán la oportunidad de encontrarse con el Señor Eucarístico en silencio durante todo el día a aquellos que se sienten incómodos asistiendo a la Misa del domingo. Es mi deseo que cada decanato tenga por lo menos un Centro de Adoración como estos operando a más tardar para el comienzo de abril.

III. El Cenáculo: Un lugar para escuchar

“Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir” (Jn. 16:12–13).

Además de ser alimentados, el Señor desea que entremos en el Cenáculo con él para reaprender a escuchar las sugerencias del Espíritu Santo, a menudo habladas en y a través de las vidas de las personas que nos rodean. Porque no podemos ser eficaces en la misión a menos que podamos abordar las preocupaciones que los creyentes y los no creyentes tienen en sus corazones.

Algunos creyentes continúan teniendo preguntas sobre la fe para las cuales nunca han recibido respuestas adecuadas. Otros tienen heridas que los agobian o que les duelen por fracasos pasados en la Iglesia que los tientan a alejarse con indiferencia. Cada uno de nosotros debe pedir al Señor que nos enseñe cómo escuchar esas preocupaciones para que en nuestros encuentros personales con las personas que conocemos, podamos ser eficaces a la hora de llevar a nuestros hermanos y hermanas a encontrar las respuestas que buscan en Jesús.

IV. El Cenáculo: Un lugar para volver a comprometerse con la Misión

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran” (Hch 2: 1-4).

Finalmente, al igual que los apóstoles, debemos estar preparados para reingresar al mundo exterior como valientes misioneros del Evangelio.

En nuestro Bautismo y Confirmación, a cada uno de nosotros se nos dio la misión de ser un discípulo de Cristo que puede pronunciar una palabra efectiva de salvación a quien nos encontremos, ya sean miembros de nuestra familia, compañeros de trabajo, amigos o incluso extraños. Esta palabra de salvación que viene de Cristo invita a toda persona humana a convertirse en “una creación nueva” en él (2 Cor. 5:17).

Pronunciar una palabra efectiva de salvación no siempre requiere palabras habladas, sino que puede ser transmitida poderosamente por el ejemplo de una vida gozosa y fiel. A menudo no requiere que dejemos nuestros hogares o lugares de trabajo para ser misioneros. De hecho, es en estos lugares familiares donde comienza nuestra misión. Esto significa que en cada momento de cada día estamos llamados a ser misioneros, incluso durante estos días de la pandemia. De hecho, estos últimos meses nos han dado oportunidades únicas para ofrecer ayuda, consuelo y cuidado en el nombre de Jesús. En esas ocasiones, vivíamos la visión atribuida a santa Teresa de Ávila, quien enseñó a sus hermanas:

“Cristo no tiene cuerpo, sino el tuyo. No tiene manos, o pies en la tierra, sino los tuyos. Tuyos son los ojos con los que ve la compasión en este mundo. Tuyos son los pies con los que camina para hacer el bien. Tuyas son las manos, con las que bendice todo el mundo.  Tuyas son las manos, tuyos son los pies, tuyos son los ojos, eres tu su cuerpo.  Cristo no tiene otro cuerpo sino el tuyo”.

San Pablo describe esta misión utilizando la palabra “embajador”. Él escribe, “Nos presentamos, pues, como embajadores de Cristo, como si Dios mismo les exhortara por nuestra boca” (2 Cor. 5:20). ¿Quiénes son estos embajadores? En pocas palabras, son ustedes, yo y todos los que han encontrado a la persona de Jesucristo. ¿A dónde debemos ir? Servimos como embajadores de Cristo en nuestros hogares, aulas, lugares de trabajo, clubes, campos deportivos, incluso cuando hacemos compras, viajamos y pasamos tiempo con amigos. Porque el trabajo de un embajador es construir un puente vivo a las personas que nos encontramos, acompañándolas en sus luchas, respondiendo a sus preguntas y permitiéndoles experimentar cuán amados son por Cristo, a través de ustedes y de mí. Cuando vine por primera vez a la Diócesis, en mi homilía de instalación, hablé sobre mi profundo deseo de tender puentes hacia aquellos que buscaban sentido y dirección en la vida. Me parece que ha llegado el momento en que todos estamos llamados a ser constructores de puentes con las personas que nos rodean, llevándolos a Cristo, para quien servimos como sus embajadores.

Todos hemos fallado alguna vez en ser verdaderos embajadores de Cristo. Tal fracaso tiene una mirada familiar. Como lo describe san Ignacio de Antioquía: “No habléis de Jesucristo y a pesar de ello deseéis el mundo” (Carta a los Romanos, Capítulo 4:7). Debemos disponernos a aprender de cualquier error pasado que hayamos cometido y servir con nuevo celo en esta obra que el Señor nos ha dado.

Además, llega el momento en que podremos dejar la seguridad de nuestros hogares y volver a entrar en un mundo que ha cambiado para siempre por la pandemia, un mundo que quizás no acoja con beneplácito el mensaje que llevaremos. Debemos reconocer que vivimos en un mundo post-cristiano, en el que muchos no entienden la fe cristiana ni han tenido un encuentro con el Señor y su misericordia. Es un mundo en el que muchos no pueden dar la bienvenida fácilmente al Evangelio o incluso pueden oponerse activamente a él. Es un mundo que, sin embargo, se sorprenderá por el poder del Evangelio y su capacidad para traer alegría y esperanza donde el mundo no puede brindarla.

Esperemos de nuestro conocimiento que el mundo no dio la bienvenida a Jesús en cuyo nombre fuimos bautizados. De hecho, estamos en buena compañía mientas salimos al mundo.

Al comenzar los preparativos para un gran alcance evangélico en el mundo que comenzará en el otoño de 2021, los párrocos de nuestra Diócesis y yo necesitaremos la ayuda de colaboradores que no tengan miedo de salir a sus comunidades para invitar a la gente a encontrarse con el Señor y su misericordia.  Necesitaremos que la gente haga eco de los profetas y santos que han estado antes que nosotros, dispuestos a ver la luz a través de la oscuridad y dispuestos a decir al Señor, “Aquí me tienes, Mándame a mi” (Is. 6:8).

Estos colaboradores, procedentes tanto de los laicos como del clero, deben estar dispuestos a utilizar los meses venideros para someterse a una formación personal y espiritual intensiva de preparación para ser embajadores misioneros de Cristo. Cuando estén listos, serán enviados a su comunidad, bajo el cuidado de su párroco local, para invitar a aquellos que han dejado de lado la participación activa en la vida de la Iglesia a regresar a casa. Con el tiempo, esta misma invitación se extenderá a las personas de buena voluntad y a cualquiera que busque el verdadero significado de la vida. Porque tal significado se encuentra solo en el Señor Jesús.

Se ha pedido a nuestros párrocos que disciernan a quién pueden recomendar entre su gente para entrar en esta experiencia formativa, que se hará tanto en línea como de manera presencial. La formación incluirá un período de discernimiento para aquellos que se pregunten si esta oportunidad en particular es algo que el Señor les está llamando a hacer.

Si el desafío de servir como embajador misionero despierta sus corazones, les pido que se pongan en contacto con su párroco y comenten sobre esta oportunidad pastoral. Las tardes de información se celebrarán en la primera semana de marzo para proporcionar información adicional a los candidatos potenciales. Además, pido a todos que oren por aquellos que respondan a esta importante invitación.

Conclusión: San José, “un hombre bueno” (Mt. 1:19)

Al reflexionar sobre los desafíos que enfrentamos y la misión que nos espera, podemos sentirnos tentados a desanimarnos. Únanse a mí para buscar la efusión del Espíritu Santo para iluminar nuestras mentes, dar alegría a nuestros corazones, fortalecer nuestra voluntad y eliminar todo desaliento. Preparémonos para responder con audacia y valentía a lo que nos espera. Entramos en el Cenáculo con Cristo para que él pueda fortalecernos para la tarea que está por delante.

Ojalá que estas palabras atribuidas a san Juan Enrique Newman nos agiten el corazón: “Enséñanos, querido Señor, con frecuencia y con atención a considerar esta verdad: que, si yo gano el mundo entero y te pierdo, al final lo he perdido todo; mientras que, si pierdo el mundo entero y te gano, al final no he perdido nada”. Porque si ponemos nuestra esperanza en el Señor y no en el mundo, ¿qué tenemos que temer?

Como ya saben, san José, el bueno, está siendo honrado este año en toda la Iglesia. Porque él era un hombre bastante conocido con un cambio inesperado, teniendo su vida revuelta por las visitas del Arcángel Gabriel y huyendo a una tierra desconocida. Sin embargo, fue su valor, fuerza de fe y su perseverancia lo que le permitió superar los desafíos que la Sagrada Familia enfrentó. Él, en silencio y fielmente, guio y protegió al Señor Jesús y a Nuestra Señora hasta su muerte.

El 19 de marzo, la Solemnidad de san José, esposo de María, consagraré al pueblo de la Diócesis a la protección e intercesión de san José durante una solemne celebración de la Misa en la Catedral de San Agustín a las 7 pm. Esta celebración también será transmitida en línea. Además, he pedido a todos los párrocos de nuestra diócesis que ofrezcan la misma Misa y consagración en sus parroquias locales, también a las 7 pm. Una indulgencia plenaria estará disponible para todos aquellos que participan en las celebraciones diocesanas o parroquiales. Los requisitos espirituales necesarios para recibir esta gracia extraordinaria serán publicados en breve. Al comenzar este camino de renovación, no puedo pensar en un mejor guía y protector a quien podamos confiar nuestro viaje que san José. Que nos ayude de manera tranquila y fiel a realizar la obra que nos ocupa.

Amigos míos, les ofrezco estas reflexiones el día en que aceptamos cenizas en nuestros frentes como signo de nuestra mortalidad y una invitación a la conversión. Comienza el tiempo santo de la Cuaresma, durante el cual nos embarcamos con Cristo en el desierto para que podamos ser purificados y listos para celebrar la Resurrección del Señor en Pascua. Es una temporada, para muchos, que recuerda el crepúsculo que hemos estado atravesando durante algún tiempo. Sin embargo, tenemos el regalo de saber que el Viernes Santo es seguido por el Domingo de Pascua. Sabemos que la alegría de la Pascua sigue al crepúsculo de la Cuaresma.

Traigamos las cenizas que recibimos hoy en el Cenáculo, donde descubriremos que el Señor puede traer luz a la oscuridad, llevar crepúsculo al amanecer y convertir cenizas en nueva vida.

 

Excmo. Mons. Frank J. Caggiano
Exhortación Pastoral
Miércoles de Ceniza
17 de febrero de 2021